miércoles, 5 de diciembre de 2007

de mudanzas...

Mi vecina tenia treinta años (o un poco más) y una bebé de un año. Mi vecino, el Sr. Laca, tenía más de 70 tal vez. Mi otra vecina tenía cincuenta y tantos años de edad y sus nietos son un trío de gorditos simpaticones que he visto crecer en mi quinta. Al vecino de al frente la verdad lo vi pasar un par de veces. No tenía mucho tiempo viviendo en la casa de la señora de los perros, la misma que tuvo que mudarse de un momento a otro con sus 800 perros mordelones y su pañuelo en la cabeza hacia algún otro lugar.

Mi vecina tenia treinta años y aun su hijita de dos se pasea por la quinta. Se parece un tanto a ella... Su abuela la toma de la mano, la guía en su triciclo, le enseña tiernamente las flores del jardín. Mi vecina, que tenía la edad que próximamente voy a cumplir, se fue un día a la clínica y luego de dos o tres días más, no regresó. No regresaría nunca. Y entonces ver a esa niña, esa pequeña niña de tan sólo dos años, es la perfecta imagen de lo más triste y lo más feliz que veo cuando me encamino a cruzar mi puerta, veloz y raudamente, porque no quiero voltear a ver tanta inocencia interrumpida.

El Sr. Laca se fue rápido. Tendríamos una o dos tres semanas viviendo aquí y, un día, sentados en la sala conversando, vimos pasar su espíritu por el techo. Santia se puso blanco, mi hermana pegó de gritos y yo sentí la casa tan caliente que pensé que iba a desmayarme. Se despidió.

La señora de los nietos regordetes y coquetones (juraría que uno ha crecido enamorado de mí) también se fue fugaz. Una mañana salí de casa, y como siempre, la saludé con un “hola”. Por la noche ya no estaba más. Fulminante le dicen.

Al de al frente lo mataron hace poco. Ajuste de cuentas o error de un borracho, igual reventaron su hígado con un cuchillazo y pum, buenas noches y buena suerte.

Y la vecina de los perros pasó por la injusta maratón del cáncer, y a pesar que la odiábamos porque sus perros nos mordían y atemorizaban, nunca dejamos de pensar en que era una situación muy triste. Morir sola y rodeada de perros. Pero hey, no murió. Aún sigue paseándose con su bicicleta de la época de Chaplin por estos lares, y sigue paseando a sus perros con soga, siempre digna con el pañuelito en la cabeza y el labial rojo pasión.

A pesar de que mi casa es la única que no huele a muerte, igual me rodea, igual me roza, igual me tienta. Y aunque agradezco con precaución ese celestial gesto, aún tengo miedo cada vez que atravieso la puerta. Por eso nunca estoy, ni estuve, ni estaré. Soy una especie de nómade con estrés post mortem. O algo por el estilo.

3 comentarios:

Tatun Muyin dijo...

El tio Laca nos cago el cerebro, tu hermana salio despavorida y yo la tuve que regresar a la casa. La vieja lucy vive en chucuito con sus perros. No se quien es el regordete que se templo de ti pero uno de esos chibolos es medio brito. Me entere que te mudas ojala cuando llegue todavia te encuentre, si es asi, nos vamos al fondo de La Punta a tomar unas chelas hasta que lleguen Los Panchos del Callao a cantar a tan linda pareja.

Dice dijo...

la muerte persigue a todos,,,jah me encata el post!

Eqiz dijo...

escucho a lennon pero la frase es: todo tiene su final... como aquella casa que vendieron donde creci y aun creo que es mia...aun tengo la imagen de mi cuarto, mi azotea, y yo bañando a mi perro con ese sol que solo se encuentra ahi

me has puesto nostalgico hnita....