domingo, 9 de diciembre de 2007

lo invisible

me siento como el pobre tipo del Club de la Pelea. mi alter ego y yo. échenme ácido en el dorso de la mano para que despierte. y dejen que me asocie a algún grupo de terapia de desfogue para llorar todas las noches y volver a nacer. que rara es mi vida estos días.

IF IT MAKES YOU HAPPY... THEN WHY THE HELL ARE YOU SO SAD?

miércoles, 5 de diciembre de 2007

lo que habito

Yo habito ese pequeño niño. Ese que sonríe y llora cuando está feliz. Ese que sonríe y llora cuando esta triste.

Yo habito ese pequeño niño que no sabe lo que quiere. Comida, reposo, ternura o calor. Todo es igual y se resume a llantos o sonrisas, y no sabe distinguir entre unos y otros.

Yo habito ese pequeño niño que si siente algo lo oculta, pero cuando no lo siente lo añora. Yo habito su cuerpo pequeño, frágil, indefenso, y me encargo de vestirlo de amargura y frialdad. Lo maquillo para que se vea un poco más maduro y también lo golpeo contra la pared para darle un aspecto de célebre ansiedad.

Yo habito ese pequeño niño, ese que prefiere las tardes frías entre la niebla, ese que no cambiaría una madrugada contigo por todo el dinero del mundo, ese que elige cortarse las venas antes que verte partir. Ese que no quiere otra cosa que la vida que sale de tu pecho. Ese que nunca te lo dirá porque aún no estás aquí.

Yo habito ese pequeño niño nonato, ese feto incompleto que nada entre vísceras y carnes y heces, esa masa sin volumen que no tiene sentimientos, ese escuálido conjunto de vertebras insensibles que no deberás conocer, un ramillete de nervios y un amasijo de órganos que mezclados no son nada humano.

Yo habito este niño, y es su llanto mi habitación, su sonrisa mi morada, su tristeza mi cobijo.

de mudanzas...

Mi vecina tenia treinta años (o un poco más) y una bebé de un año. Mi vecino, el Sr. Laca, tenía más de 70 tal vez. Mi otra vecina tenía cincuenta y tantos años de edad y sus nietos son un trío de gorditos simpaticones que he visto crecer en mi quinta. Al vecino de al frente la verdad lo vi pasar un par de veces. No tenía mucho tiempo viviendo en la casa de la señora de los perros, la misma que tuvo que mudarse de un momento a otro con sus 800 perros mordelones y su pañuelo en la cabeza hacia algún otro lugar.

Mi vecina tenia treinta años y aun su hijita de dos se pasea por la quinta. Se parece un tanto a ella... Su abuela la toma de la mano, la guía en su triciclo, le enseña tiernamente las flores del jardín. Mi vecina, que tenía la edad que próximamente voy a cumplir, se fue un día a la clínica y luego de dos o tres días más, no regresó. No regresaría nunca. Y entonces ver a esa niña, esa pequeña niña de tan sólo dos años, es la perfecta imagen de lo más triste y lo más feliz que veo cuando me encamino a cruzar mi puerta, veloz y raudamente, porque no quiero voltear a ver tanta inocencia interrumpida.

El Sr. Laca se fue rápido. Tendríamos una o dos tres semanas viviendo aquí y, un día, sentados en la sala conversando, vimos pasar su espíritu por el techo. Santia se puso blanco, mi hermana pegó de gritos y yo sentí la casa tan caliente que pensé que iba a desmayarme. Se despidió.

La señora de los nietos regordetes y coquetones (juraría que uno ha crecido enamorado de mí) también se fue fugaz. Una mañana salí de casa, y como siempre, la saludé con un “hola”. Por la noche ya no estaba más. Fulminante le dicen.

Al de al frente lo mataron hace poco. Ajuste de cuentas o error de un borracho, igual reventaron su hígado con un cuchillazo y pum, buenas noches y buena suerte.

Y la vecina de los perros pasó por la injusta maratón del cáncer, y a pesar que la odiábamos porque sus perros nos mordían y atemorizaban, nunca dejamos de pensar en que era una situación muy triste. Morir sola y rodeada de perros. Pero hey, no murió. Aún sigue paseándose con su bicicleta de la época de Chaplin por estos lares, y sigue paseando a sus perros con soga, siempre digna con el pañuelito en la cabeza y el labial rojo pasión.

A pesar de que mi casa es la única que no huele a muerte, igual me rodea, igual me roza, igual me tienta. Y aunque agradezco con precaución ese celestial gesto, aún tengo miedo cada vez que atravieso la puerta. Por eso nunca estoy, ni estuve, ni estaré. Soy una especie de nómade con estrés post mortem. O algo por el estilo.