sábado, 26 de abril de 2008

alejandra I

Pizarnik es mi poeta favorita. Para mi, todo nace a partir de ella. Las respuestas que muchas veces he necesitado sobre mi manera de vivir y sobre la poesía, las he encontrado en ella. Desde la primera vez que abrí un libro de poesía y la encontré no pude despegarme de ella. Es más, cuando fui a Buenos Aires tenía la esperanza (vana) de encontrarme un Cortázar y una Alejandra. Y la verdad un día encontré a una.


Me fui a una disco llamada Unna, repleta de argentinas y extranjeras, de todas las formas y colores. Por ahora no recuerdo muy bien como fue esa noche, pero terminé haciendo un recorrido en una jeep con dos chicas guapísimas que, hasta donde yo creo, me llevaban solo para que les pagara los tragos. Y bueno, que más daba, lo hice. Una se llamaba Vana, y era la argentina más guapa que había visto en mi vida. Que Pampita ni que ocho cuartos, esta era un real cuero. Y me sangraba, ja. Me emborraché, oh que raro, y cuando ya habían exprimido hasta el último rincón de mi bolsillo, se nos acercó una chica llamada Alejandra. Tenía unos lentes gigantescos, y estaban rotos de un lado. Su cara era rarísima. Conversamos un poco, las otras la miraban raro y se alejaban porque creo que sabían que andaba misia, no tenían nada que sangrar.


Resumiré, las guapas se fueron y me quedé con la otra chica, que me tuvo que llevar a su casa en el otro lado de la ciudad porque yo no tenía ni la más puta idea de donde estaba mi hotel mochilero. Me pasé todo el día con ella en el otro lado de la belleza, en el lado que no conocía de Buenos Aires, donde todo parecía ser más normal y más gris. L
a pasamos en casa de su amiga Caro, que tenía un orzuelo en el ojo y se ponía una bolsa de té, y su hijito Gus que tenía la imaginación más grande del mundo, y nos tomamos infinitas fotos.


Buenos Aires no hubiera sido igual sin esa Alejandra. No nos dimos ni un beso, ni un abrazo, ni siquiera me miraba creo yo. Sólo me rescató, sin intereses de por medio. Yo por momentos encontraba curiosa su boca, esa mirada súper triste, esas historias sencillas y sinceras de su vida. Y los sueños que tenía para su futuro, que no iban más allá de los tres o cuatro pesos que tenía en los bolsillos. Nos fuimos a caminar por todas partes, y aunque no eran las calles más bonitas y comerciales, el día fue perfecto. Al mediodía ya no estaba borracha, pero si lo suficientemente enganchada a ellos tres como para irme sin más. Mi hotel estaba a una hora, y aunque solo me quedaban dos días de viaje, creo que la mejor decisión fue quedarme ahí, tomándonos fotos, tonteando al otro lado del mundo. Porque para mi era el otro lado del mundo, el otro lado de las cosas.


Quizás no sepa que quiero decir con todo esto.
Pero me queda claro que a veces buscamos las respuestas en el lado equivocado.

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