martes, 31 de julio de 2007

ausencias II

Por qué cuando pasamos por casualidad por las casas de gente que hemos conocido, volteamos a verlas como si fueran rostros conocidos y no tan solo fachadas? Por qué se nos olvida olvidar las cosas que hemos decidido olvidar? Por qué sentimos refugio en ese recuerdo pequeñito que durante un segundo se apodera del paladar de nuestra memoria? Como es que este sólo segundo puede hacernos más felices que el resto de las 23 horas, 59 minutos, 59 segundos que tiene el día?
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Mirar hacia atrás todo el resto de lo hecho y escrito y hablado, como una banda de fantasmas y espectros que quieren arrastrarte a su miseria con ellos. Recuerdo sujetarme con fuerza del asiento en el que me tambaleaba y contaba 1, 2, 3...hasta 20, y tener la esperanza ciega de que al abrir los ojos todos se hubieran ido. Pero seguían arrodillados frente a mis pies. Luego recuerdo esquivarlos en bares de Quilca. 9:46. Mi hermano T me acompañaba, los ojos también vendados y vagos, los dedos tamborileando nerviosos, la voz gangosa y las palabras perdidas.
Regreso a ese peldaño en la esquina tibia del pabellón de la biblioteca, donde me gustaba ver pasar a esa chica, que era un poco menos niña que yo, y me gustaba olfatear esa estela del pegajoso patchouli que aireaba. ella y su lunar en el talón izquierdo, ella y su descuido, ella pateando mi inocencia enamorada. Recuerdo ese peldaño y la absoluta pureza que poblaba mis intenciones. Si tan solo nunca me hubiera puesto de pie...tres puntos suspensivos. Esos tres puntos suspensivos en los que se convirtió mi vida. Tres puntos suspensivos, besos, la vida simple, la vida bonita, y luego ese hoyo lleno de caca, las noches derribadas o los sofás de Barranco, y atravesar los bares por la ventana, mirar desde la barra junto a ese oso de plastelina, gritar con los ojos en blanco esa palabra que nunca más ha vuelto a deletrearse en mi boca, que no ha vuelto a besarme la frente, que no duerme más en mi corazón.
Como extraño las tardes con bizcochitos, o el humo confundido entre las nubes del malecón, o esas charlas tontas sentados en el parque de los Alamos viendo el mono columpiarse y la sangría derramada en la tapa de mi termo.
De todas las cosas que extraño
lo que más extraño
es el resto de mi vida.

2 comentarios:

Jen dijo...

yo tengo un camino, el camino de F, que no puedo dejar de mirar cada vez que paso por ahi...

Alba dijo...

¿Quieres un bizcocho? Hace mucho que no vienes por el ameeega. Te espero cuando quieras.